jueves, 23 de mayo de 2013

A manera de Epílogo




Después de tantos sucesos, a raíz de este proyecto, he quedado con más dudas que certezas, lo cual me llena de una satisfacción inmensa en el plano de lo personal. Cada lectura, relectura, búsqueda, elección e interpretación, ha sido con el fin de mostrar mi forma de ver la literatura a través de los textos que yo considero referentes fundamentales para mi formación como ser humano y como lector.

Al hablar de literatura es obligatorio asumir la responsabilidad de una acción que consiste en el esfuerzo del trabajo de leer. Los medios digitales y las nuevas tecnologías ofrecen una gama enorme de posibilidades de imágenes que captan la atención de manera inmediata y facilitan al cerebro la retención del conocimiento, al disminuir el trabajo de la decodificación. La inmediatez nos rebasa desde todas direcciones.

No fue una elección sencilla, pero cada historia tiene un por qué. Desde la forma, hasta el fondo, autor, tiempo, espacio, materia, lenguaje. Todo texto implica mucho más dentro de sí. Para fomentar la lectura había que empezar desde el presente. Al igual que la Historia, la literatura debe enseñarse desde el referente inmediato, de ahí se parte hacia el pasado, cercano o lejano, nadie puede leer algo que no comprende, porque los tiempos son tan distintos como las sociedades que los habitaron.

El sistema educativo hace todo lo contrario y antes que mostrar la literatura actual, enseña a los clásicos, son obras brillantes para un lector consumado, para uno nuevo, sólo acarrean traumas, complejos y evasivas. Esa es una de las razones principales por las que no se lee como debería. Por ellos coloqué esta variedad de autores, temáticas y estilos, porque en esta diversidad es donde se encuentra la esencia misma de la literatura.

El estilo, el lenguaje, las anécdotas, las tramas, todo fue seleccionado con el sencillo objetivo de mostrarse, de devolver a las letras su espíritu humano. No hablar de Cervantes, Homero o cualquier otro; no cansar. Divulgar, divertir, mostrar la condición humilde de la literatura. Claridad, sencillez y a la vez genialidad, son el sello de las grandes obras, todos esos elementos se encuentran a lo largo de los cuentos de este blog, ello resume y muestra mi concepción acerca de la literatura, por ello es que fueron expuestos.

Un proyecto que en su misma elaboración me ha devuelto mucho más de lo que he dado, pues entre cada entrada hubo un proceso    que me permitió valorar y revalorar mis lecturas, la fortuna de conocerlas como quiera que haya sido y la satisfacción de compartir mi idea sobre las letras. No  soy autora, todavía, prefiero la complicidad de ser lectora de estas historias que me llevan a pensar que más allá de las palabras hay universos que sólo se alcanzan entre líneas.

lunes, 20 de mayo de 2013

De cómo Guadalupe bajó a la Montaña y todo lo demás

Ignacio Betancourt

[...] Yo tengo un plan a ver qué les parece. Vamos a aventarnos un secuestro. Paletas. Paletas. Frente a la cantina el paletero y su sombra se desgañitan muertos de sed. Paletas de leche y agua. Moretones de viento en el pecho los gritos. De la sombra también. Tragos de cerveza. Está cabrón. Más tragos. Con tanto secuestro que hay ningún ricachón anda solo. Ya lo sé si no me creas tan güey. Estuve pensando en alguien que no traga guardanalgas. A poco piensas secuestrar a uno del barrio y pedirle de rescate la hija más buena. Me gusta la idea mi Revlon. Luego vendemos a laruca y nos venimos a poner bien pedos con don Bolas. Soplas. No marchen estoy hablando en serio. Era verdad. Todas las moscas de La Montaña estaban quietas.
Tragos de cerveza. Bueno mi Pifas dinos a quién. Ustedes nomás ténganme confianza. Yo ya lo pensé y lo repensé. Lo planié todas las noches en la celda. Antes de dormirme. Cuando sentía más frío. A ver cómo la ven ustedes. Vamos a secuestrar a la Virgen de Guadalupe. A la reina de México. Sí. A la de la basílica allá en la capital.
Las moscas huyeron. En los caracoles de las ventanas del barrio el mar se silenció. Las flores de las macetas cercanas a la Montaña se estremecieron. Las hormigas estaban nerviosas.
Calma tu pedo Pifas. Ni madre yo no me quiero condenar. Chale no sean putos. Va a ser fácil. Échenle cabeza y verán cómo en un dos por tres nos aventamos. Orale. Vámonos a la capirucha. Allá la hacemos y nos retachamos de volón.
Eran como las tres de la tarde. Ya vas.                                          
El día señalado. Jueves veintitrés de abril. La mañana tiene canas. Quiere decir que amaneció gris. Pendejo. Todos los pájaros de la ciudad despertaron mojados. No eran orines. No era el rocío. Eran las lágrimas de los árboles. Güey.
El Revlon apareció antes de la primera misa. Traía puesta la sotana robada en la sacristía de San Sebas. Tic-tac. Tic-tac. El reloj principal de la basílica se detuvo. Tic-ta. Quien lo viera no lo creyera. El Revlon estaba igualito que un cura.
Llegó al altar mayor acompañado por dos trabajadores del templo. El Pifas y el Caguamo con bata y casco y botas y la boca seca. Reseca. El miedo es cabrón. Resequísima. Con solemnidad y siempre bajo las indicaciones del padre Revlon. Los ayudantes hicieron su trabajo. Las manos. El pulso. Los latidos. Fríos. Sudados. Temblorosos. Laboraron.
Afuera el auto robado fumaba con impaciencia.
Lentamente la virgen comenzó a bajar del altar mayor a la Montaña. “Miembros de la liga comunista Comandos del Pueblo secuestran a la reina de México”: EXCELSIOR. Los tres con un estilo impecable iniciaron la procesión. Pero no podían salir. La puerta se iba cada vez más lejos. Caminaban y caminaban. En el pasillo sobre la alfombra conocieron la eternidad. Mientras las bancas a los lados quietecitas les decían adiós. Adiós Caguamo ganas de llorar. Adiós Revlon ganasdemiarse. Adiós Pifas ganasdecagarse. Pie derecho pie izquierdo. Pie derecho pie izquierdo. Adiós. Buena suerte. “A empujones fue subida en una auto la virgen de Guadalupe”: LA PRENSA. Los escasos fieles de esa hora se arrodillaban al paso de la comitiva. Con cuidado hijos no vayan a estropear la imagen. Los órganos de todas las iglesias tocaban una nota al mismo tiempo. “Adoradores de la hoz y el martillo sin madre dejan a la patria”: ALARMA. Luego de cinco mil aves marías llegaron al  carro. Nadie sospechó nada. Un limosnero ciego presintió algo cuando al pasar la imagen las nubes de los ojos se le cayeron. Pudo ver. Al instante la morenita lo volvió a cegar. EL sol salió para mirar el auto que arrancaba. Todos iban felices. También la virgen en los brazos del Revlon.
LA VERSIÓN DE UN TESTIGO: cerca-de-las-cinco-de-la-mañana-una-docena-de-homvres-armados-hasta-los-dientes-entraron- de-improviso- al-templo-y- ordenaron-a- los-que-ahí-estábamos- que-nos-pusiéramos- en-el-piso- arriesgando-mi-vida- quise-impedir-el-sacrilegio-pero-las- fuerzas-me-fallaron- los-criminales- eran-altos-y-barbados- y-hablaban-un-lenguaje-extraño. El ciego sabía que no era cierto.
En la carretera los postes pasaban hechos la chingada.
Detente. Detente. No. No me detendré. Ese hogar es mío. Sólo mío. Pi. Pi. Pip. Se interrumpe la novela. Desde la redacción de noticieros llega una noticia. Hoy a las cuatro cincuenta de la madrugada la virgen de Guadalupe fue secuestrada. La reina de México. Sí. La de la basílica en la capital del país. En una nota que los plagiarios dejaron junto al altar mayor exigen la suma de cinco pesos. Cinco pesos por cada mexicano católico apostólico y romano. Cantidad que será entregada al Comité Pro Construcción de la Nueva Basílica. Organismo con quien los malhechores se comunicarán para fijar el sitio de la entrega del rescate y la devolución de la Patrona de América. Luego se sigue oyendo “El hogar que me robé”.
Misióncumplida. Ya la guardé y don Pepe ni se las olió. Misión cumplida. El carro ya está en la presa. Se hundió a toda madre. Vamos a echarnos una fría. Misión cumplida. Hasta dos.
“La Historia de la Moneda de a Cinco Pesos” CUENTO: Había Una Vez UnaSeñora QueSeLlamaba DoñaJerónima QueLavaba RopaEnLaCasa DeLaSeñora LópezLaCual PagóLaLavadaConUnaMonedaDeCincoPesos QueElSeñorLópezObtuvoAlCobrarLaRenta DeLasVecindades DeSuPropiedadEnUnaDeLasCualesViveDoñaJerónimaQuePagóLaRentaConUnaMoneda DeCincoPesosQue HabíaGanadoPor BarrerEnElRestaurante LopitosDelCualEs PropietarioElSeñorLópez. FIN.
Esta moneda es pal rescate de la virgencita. Y doña Jerónima se fue a formar a la cola de los apostólicos católicos y romanos. Y mexicanos. Colona serpiente. Quetzalcóatl múltiple. No mames. Que se viene arrastrando sobre su panza de suela de zapato. Colísima que repta desde el centro de la ciudad hasta el cerro del Tepeyac. Que ahí fue donde se puso el Comité. A los costados del colonón se venden: “voy a pasar lista niños”: Tamal-presente. Atole-presente. Estampita de la Virgen-presente. Chicle-presente. Rosario-presente. Escapulario-presente. Chocolate-presente. Vela Bendita-presente. Tacos-presente. Pulque-presente. Naranja con Chile-presente.
En la cola todos compran. Mientras el Comité llena y llena y llena costales y costales y costales de monedas y monedas y monedas como las de doña Jerónima. Jerónima.
COMUNICADO CONJUNTO DE AUTORIDADES CIVILES MILITARES Y RELIGIOSAS: “De ninguna manera se transará con los secuetradores”.
Ta ra ta ta ra ta ra ra ran. Ta ta ra ra ra ra ran. Pedro Infante en La Montaña. “Te vi sin que me vieras. Te hablé sin uqe me oyeras. Tus.” Ya ves pinche Piafas. No quieren darnos la lana. No se me asuste. Así dicen siempre. O a poco creen que van a dejar que hagamos chicharrón de virgen. Porque si no nos dan lo que pedimos la quemamos. Pos sí. Sirve que se va al cielo y ya deja de sufrir con nosotros. Mira mira. Oye güey andan agarrando a un chingo de gente. Cuicos y sardos se meten a las casas. Todo por nuestra culpa. Train unas ganas de agarrarnos. Hay que hacer algo. Pobre gente. Silencio. Fumadas de cigarro. En la oscuridad de la preocupación se prende un foco. El cerebro del Pifas de setenta y cinco watts. Ya sé.
Noticia de último momento. Hoy a las diecinueve treinta horas se recibió un comunicado. Los secuestradores comunican que ante las injusticias que las autoridades están cometiendo. Según los maleantes aclara el locutor. Al capturar gentes inocentes con el pretexto de salvar a la virgen. Nos vemos obligados a revelar nuestra identidad. Qué buena idea pinche pifas. Somos miembros del grupo Banco Nacional de México. Que mentira más absurda aclara el cabrón locutor. Que ante los problemas de nuestra cadena de bancos nos hemos visto obligados a salvar nuestra situación con la ayuda del pueblo de México. De la que se está perdiendo el Trompas. Seguiremos informando. Entra música.
Clap clap clap. Pisadas. Clap clap. Los pies desnudos del niño que vende periódicos. Clap. Sobre las calles las plantas descalzas. Extra extra. Clap clap. La extra. Clap. “Son arrasadas y quemadas todas las instituciones bancarias del país”. Clap clap clap. A quemar el dinero que es del diablo. Y tanto fuego hubo que hasta las monedas ardieron. MORALEJA: El dinero lo tienen los ricos. No sirve.
El Trompas ya había conseguido municiones. Aunque todavía andaba escondiéndose extrañaba un chingo a sus cuates. Carajo. Mis cuatitos. Un suspiro azul se le escapó. Olió a perfume.
Clap clap. Pisadas. Ya sabes. Clap la extra. “Suicidios colectivos”. San Luis Potosí, 26 de abril de 1976. Reuter Latin. AP y EFE. La congregación de adoradores de la vela perpetua voluntariamente decidieron incinerarse como desagravio por lo ocurrido a la reina de México. Una espesa columna de humo negro y maloliente oscureció el cielo de la ciudad. Las mujeres morían entonando el himno guadalupano. Se temen brotes de solidaridad con las adoradoras. ACLARACIÓN: Ellas aún no sabían que tres potosinos eran autores del secuestro.
TELEGRAMA DEL VATICANO: Decreto excomunión plagiarios Patrona de América Punto Pido respeto para banqueros Punto Unome dolor pueblo mexicano Punto Firmado Paulo Sexto.[...]

En mi opinión...


De la imaginación de Ignacio Betancourt sale este cuento fantástico donde la mitología católica y la ideología mexicana se revuelven entre el reflejo de la sociedad. La cultura, sus creencias y costumbres, así como su estilo de vida se reflejan de una manera sorprendente y natural a lo largo de todo el relato, dándole al texto una fluidez enorme, al mismo tiempo de provocar en quien lo lee la ansiedad de las palabras.

El rapto de La Virgen de Guadalupe, es la excusa perfecta para llevarnos a los lugares más bajos y marginales de una sociedad conocida por todos y aceptada por pocos. El lenguaje, elemento fundamental del texto, es un recuso  sumamente preciso en reproducción sonora. Todos esos “güeyes, putos, miares, etc.” son un parte común del vocabulario de la clase social que se expone.

La forma de narrar se vuelve ágil y hasta teatral pues entre el narrar original, los personajes saltan a contar su versión de la historia, a corregir, a aclarar las circunstancias que el narrador no es capaz de comprender o transmitir como los personajes desean que se transmita. Además, la manera de cortar y reanudar la narración para ofrecer la descripción de las acciones o la ambientación, al más puro estilo del teatro, le otorgan a la historia un cierto sentido de autonomía, de pluralidad.

Justamente es la pluralidad el elemento más destacable de todo el texto, pues argumentos y lenguaje giran siempre en torno a esta pluralidad, de voces, de acciones, de pensamientos, de sonidos, de colores, de personajes, historias, sabores y sinsabores. La voz de los personajes entra, sale, se mezcla y se entrelaza tantas veces que nos hace dudar sobre quién narra. Las imágenes vienen tanto y de tantas maneras que resulta un caos ordenado de tal manera que produce los efectos más deseados de todo lector: la perdurabilidad.

Más allá del tiempo o el espacio, esta historia es nuestra porque habla de cada uno de nosotros, de los sacrilegios que quisiéramos cometer, de nuestra identidad como pueblo mexicano, de todos esos mitos que nos forman. Justamente es la destrucción de los mitos, muy a nuestra manera, lo que hace de este cuento algo tan especial.

Les invito a leer este texto de manera completa, porque como verán aquí sólo coloqué un fragmento. Vale la pena, cada palabra, desde el inicio hasta la conclusión de este relato. Les presento a Ignacio Betancourt, un autor y un texto, que no se han editado en algún tiempo.


jueves, 16 de mayo de 2013

El guardagujas

              
Juan José Arreola

El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con ansiedad:
-Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?
-¿Lleva usted poco tiempo en este país?
-Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.
-Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en la fonda para viajeros -y señaló un extraño edificio ceniciento que más bien parecía un presidio.
-Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.
-Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo, contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.
-¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo.
-Francamente, debería abandonarlo a su suerte. Sin embargo, le daré unos informes.
-Por favor...
-Este país es famoso por sus ferrocarriles, como usted sabe. Hasta ahora no ha sido posible organizarlos debidamente, pero se han hecho grandes cosas en lo que se refiere a la publicación de itinerarios y a la expedición de boletos. Las guías ferroviarias abarcan y enlazan todas las poblaciones de la nación; se expenden boletos hasta para las aldeas más pequeñas y remotas. Falta solamente que los convoyes cumplan las indicaciones contenidas en las guías y que pasen efectivamente por las estaciones. Los habitantes del país así lo esperan; mientras tanto, aceptan las irregularidades del servicio y su patriotismo les impide cualquier manifestación de desagrado.
-Pero, ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?
-Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso pueda suceder. Yo he visto pasar muchos trenes en mi vida y conocí algunos viajeros que pudieron abordarlos. Si usted espera convenientemente, tal vez yo mismo tenga el honor de ayudarle a subir a un hermoso y confortable vagón.
-¿Me llevará ese tren a T.?
-¿Y por qué se empeña usted en que ha de ser precisamente a T.? Debería darse por satisfecho si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente un rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T.?
-Es que yo tengo un boleto en regla para ir a T. Lógicamente, debo ser conducido a ese lugar, ¿no es así?
-Cualquiera diría que usted tiene razón. En la fonda para viajeros podrá usted hablar con personas que han tomado sus precauciones, adquiriendo grandes cantidades de boletos. Por regla general, las gentes previsoras compran pasajes para todos los puntos del país. Hay quien ha gastado en boletos una verdadera fortuna...
-Yo creí que para ir a T. me bastaba un boleto. Mírelo usted...
-El próximo tramo de los ferrocarriles nacionales va a ser construido con el dinero de una sola persona que acaba de gastar su inmenso capital en pasajes de ida y vuelta para un trayecto ferroviario, cuyos planos, que incluyen extensos túneles y puentes, ni siquiera han sido aprobados por los ingenieros de la empresa.
-Pero el tren que pasa por T., ¿ya se encuentra en servicio?
-Y no sólo ése. En realidad, hay muchísimos trenes en la nación, y los viajeros pueden utilizarlos con relativa frecuencia, pero tomando en cuenta que no se trata de un servicio formal y definitivo. En otras palabras, al subir a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea.
-¿Cómo es eso?
-En su afán de servir a los ciudadanos, la empresa debe recurrir a ciertas medidas desesperadas. Hace circular trenes por lugares intransitables. Esos convoyes expedicionarios emplean a veces varios años en su trayecto, y la vida de los viajeros sufre algunas transformaciones importantes. Los fallecimientos no son raros en tales casos, pero la empresa, que todo lo ha previsto, añade a esos trenes un vagón capilla ardiente y un vagón cementerio. Es motivo de orgullo para los conductores depositar el cadáver de un viajero lujosamente embalsamado en los andenes de la estación que prescribe su boleto. En ocasiones, estos trenes forzados recorren trayectos en que falta uno de los rieles. Todo un lado de los vagones se estremece lamentablemente con los golpes que dan las ruedas sobre los durmientes. Los viajeros de primera -es otra de las previsiones de la empresa- se colocan del lado en que hay riel. Los de segunda padecen los golpes con resignación. Pero hay otros tramos en que faltan ambos rieles, allí los viajeros sufren por igual, hasta que el tren queda totalmente destruido.
-¡Santo Dios!
-Mire usted: la aldea de F. surgió a causa de uno de esos accidentes. El tren fue a dar en un terreno impracticable. Lijadas por la arena, las ruedas se gastaron hasta los ejes. Los viajeros pasaron tanto tiempo, que de las obligadas conversaciones triviales surgieron amistades estrechas. Algunas de esas amistades se transformaron pronto en idilios, y el resultado ha sido F., una aldea progresista llena de niños traviesos que juegan con los vestigios enmohecidos del tren.
-¡Dios mío, yo no estoy hecho para tales aventuras!
-Necesita usted ir templando su ánimo; tal vez llegue usted a convertirse en héroe. No crea que faltan ocasiones para que los viajeros demuestren su valor y sus capacidades de sacrificio. Recientemente, doscientos pasajeros anónimos escribieron una de las páginas más gloriosas en nuestros anales ferroviarios. Sucede que en un viaje de prueba, el maquinista advirtió a tiempo una grave omisión de los constructores de la línea. En la ruta faltaba el puente que debía salvar un abismo. Pues bien, el maquinista, en vez de poner marcha atrás, arengó a los pasajeros y obtuvo de ellos el esfuerzo necesario para seguir adelante. Bajo su enérgica dirección, el tren fue desarmado pieza por pieza y conducido en hombros al otro lado del abismo, que todavía reservaba la sorpresa de contener en su fondo un río caudaloso. El resultado de la hazaña fue tan satisfactorio que la empresa renunció definitivamente a la construcción del puente, conformándose con hacer un atractivo descuento en las tarifas de los pasajeros que se atreven a afrontar esa molestia suplementaria.
-¡Pero yo debo llegar a T. mañana mismo!
-¡Muy bien! Me gusta que no abandone usted su proyecto. Se ve que es usted un hombre de convicciones. Alójese por lo pronto en la fonda y tome el primer tren que pase. Trate de hacerlo cuando menos; mil personas estarán para impedírselo. Al llegar un convoy, los viajeros, irritados por una espera demasiado larga, salen de la fonda en tumulto para invadir ruidosamente la estación. Muchas veces provocan accidentes con su increíble falta de cortesía y de prudencia. En vez de subir ordenadamente se dedican a aplastarse unos a otros; por lo menos, se impiden para siempre el abordaje, y el tren se va dejándolos amotinados en los andenes de la estación. Los viajeros, agotados y furiosos, maldicen su falta de educación, y pasan mucho tiempo insultándose y dándose de golpes.
-¿Y la policía no interviene?
-Se ha intentado organizar un cuerpo de policía en cada estación, pero la imprevisible llegada de los trenes hacía tal servicio inútil y sumamente costoso. Además, los miembros de ese cuerpo demostraron muy pronto su venalidad, dedicándose a proteger la salida exclusiva de pasajeros adinerados que les daban a cambio de esa ayuda todo lo que llevaban encima. Se resolvió entonces el establecimiento de un tipo especial de escuelas, donde los futuros viajeros reciben lecciones de urbanidad y un entrenamiento adecuado. Allí se les enseña la manera correcta de abordar un convoy, aunque esté en movimiento y a gran velocidad. También se les proporciona una especie de armadura para evitar que los demás pasajeros les rompan las costillas.
-Pero una vez en el tren, ¡está uno a cubierto de nuevas contingencias?
-Relativamente. Sólo le recomiendo que se fije muy bien en las estaciones. Podría darse el caso de que creyera haber llegado a T., y sólo fuese una ilusión. Para regular la vida a bordo de los vagones demasiado repletos, la empresa se ve obligada a echar mano de ciertos expedientes. Hay estaciones que son pura apariencia: han sido construidas en plena selva y llevan el nombre de alguna ciudad importante. Pero basta poner un poco de atención para descubrir el engaño. Son como las decoraciones del teatro, y las personas que figuran en ellas están llenas de aserrín. Esos muñecos revelan fácilmente los estragos de la intemperie, pero son a veces una perfecta imagen de la realidad: llevan en el rostro las señales de un cansancio infinito.
-Por fortuna, T. no se halla muy lejos de aquí.
-Pero carecemos por el momento de trenes directos. Sin embargo, no debe excluirse la posibilidad de que usted llegue mañana mismo, tal como desea. La organización de los ferrocarriles, aunque deficiente, no excluye la posibilidad de un viaje sin escalas. Vea usted, hay personas que ni siquiera se han dado cuenta de lo que pasa. Compran un boleto para ir a T. Viene un tren, suben, y al día siguiente oyen que el conductor anuncia: "Hemos llegado a T.". Sin tomar precaución alguna, los viajeros descienden y se hallan efectivamente en T.
-¿Podría yo hacer alguna cosa para facilitar ese resultado?
-Claro que puede usted. Lo que no se sabe es si le servirá de algo. Inténtelo de todas maneras. Suba usted al tren con la idea fija de que va a llegar a T. No trate a ninguno de los pasajeros. Podrán desilusionarlo con sus historias de viaje, y hasta denunciarlo a las autoridades.
-¿Qué está usted diciendo?
En virtud del estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espías. Estos espías, voluntarios en su mayor parte, dedican su vida a fomentar el espíritu constructivo de la empresa. A veces uno no sabe lo que dice y habla sólo por hablar. Pero ellos se dan cuenta en seguida de todos los sentidos que puede tener una frase, por sencilla que sea. Del comentario más inocente saben sacar una opinión culpable. Si usted llegara a cometer la menor imprudencia, sería aprehendido sin más, pasaría el resto de su vida en un vagón cárcel o le obligarían a descender en una falsa estación perdida en la selva. Viaje usted lleno de fe, consuma la menor cantidad posible de alimentos y no ponga los pies en el andén antes de que vea en T. alguna cara conocida.
-Pero yo no conozco en T. a ninguna persona.
-En ese caso redoble usted sus precauciones. Tendrá, se lo aseguro, muchas tentaciones en el camino. Si mira usted por las ventanillas, está expuesto a caer en la trampa de un espejismo. Las ventanillas están provistas de ingeniosos dispositivos que crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los cristales.
-¿Y eso qué objeto tiene?
-Todo esto lo hace la empresa con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los viajeros y de anular en todo lo posible las sensaciones de traslado. Se aspira a que un día se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber adónde van ni de dónde vienen.
-Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?
-Yo, señor, sólo soy guardagujas1. A decir verdad, soy un guardagujas jubilado, y sólo aparezco aquí de vez en cuando para recordar los buenos tiempos. No he viajado nunca, ni tengo ganas de hacerlo. Pero los viajeros me cuentan historias. Sé que los trenes han creado muchas poblaciones además de la aldea de F., cuyo origen le he referido. Ocurre a veces que los tripulantes de un tren reciben órdenes misteriosas. Invitan a los pasajeros a que desciendan de los vagones, generalmente con el pretexto de que admiren las bellezas de un determinado lugar. Se les habla de grutas, de cataratas o de ruinas célebres: "Quince minutos para que admiren ustedes la gruta tal o cual", dice amablemente el conductor. Una vez que los viajeros se hallan a cierta distancia, el tren escapa a todo vapor.
-¿Y los viajeros?
Vagan desconcertados de un sitio a otro durante algún tiempo, pero acaban por congregarse y se establecen en colonia. Estas paradas intempestivas se hacen en lugares adecuados, muy lejos de toda civilización y con riquezas naturales suficientes. Allí se abandonan lores selectos, de gente joven, y sobre todo con mujeres abundantes. ¿No le gustaría a usted pasar sus últimos días en un pintoresco lugar desconocido, en compañía de una muchachita?
El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de picardía. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un brinco, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna.
-¿Es el tren? -preguntó el forastero.
El anciano echó a correr por la vía, desaforadamente. Cuando estuvo a cierta distancia, se volvió para gritar:
-¡Tiene usted suerte! Mañana llegará a su famosa estación. ¿Cómo dice que se llama?
-¡X! -contestó el viajero.
En ese momento el viejecillo se disolvió en la clara mañana. Pero el punto rojo de la linterna siguió corriendo y saltando entre los rieles, imprudente, al encuentro del tren.
Al fondo del paisaje, la locomotora se acercaba como un ruidoso advenimiento.

FIN

En mi opinión...


En El Guardagujas, Juan José Arreola dibuja un universo inagotable de destinos ferroviarios dentro del límite infinito de la imaginación y la divagación, del azar, la suerte, el destino y la vida misma. Todos esos imponderables que hacen del vivir una experiencia única y el sentido mismo de la vida en sí. El viaje es vehículo y motor, causa, efecto, consecuencia y excusa de lo que podríamos llamar destino.
El guardagujas, nos lleva en sus itinerarios extravagantes y sus destinos inconcebibles a conocer la ironizada realidad del ser humano ante las probabilidades estrafalarias la vida. Control. Desde que el hombre es hombre ha buscado controlar el acontecer de los fenómenos a su alrededor y es aquí, exactamente, donde se encuentra el fundamento del relato: puede controlarse lo suficiente a su alrededor, no así el destino, él no tiene límites ni causes.
La oposición entre la locura y la razón se extiende a todo lo ancho del texto para dejarnos ver lo mínimo del alcance del razonamiento ante situaciones propias de la ontología. Es esta locura que el guardagujas sustenta ante en base a afirmaciones coherentes y lógicas desde su situación, la que a final de cuentas determina que el viajero olvide el nombre de su destino. Aquí, más allá del tiempo y el espacio, que el viajero se une a esta forma de viajar, olvidándose del destino para disfrutar la ruta.
La paradoja y la contradicción son dos recursos que se explotan de manera impresionante, tanto así que aun cuando el discurso aparente puede negar la probabilidad de las acciones, estas entre si logran su consecución, enlace y desenlace. La estructura misma del relato es un encuentro de continuo de realidades, pues el diálogo le da fluidez y movimiento, al relato, a las ideas, a la inagotable presencia del “por si acaso”.
¿A dónde vamos? ¿Qué depara el viaje? ¿Es la dirección correcta? El Guardagujas es una hermosa manera de mostrar que da igual el destino que se haya de alcanzar porque a fin de cuentas el camino es lo que forja la comicidad o fatalidad de nuestra suerte. Podemos llegar a la meta, incluso más allá, o quizá sin saberlo podemos hacer el destino, y hacer de él sólo camino.
Por eso les invito a leer El Guardagujas, un cuento extraordinario de otro escritor jalisciense. Juan José Arreola, que entre todas sus virtudes, tiene principalmente las de ser ágil, claro, irónico y consistente. No se lo pierdan. FIN :) 

martes, 14 de mayo de 2013

Entre Tinta y Borrones...

En mi opinión...



Hablar de literatura; Autores, obras, contextos, etcétera; ha sido una tarea difícil...el objetivo de mi blog en todo este tiempo ha sido darle libertad a las palabras, expresarnos, compartir y comentar distintos cuentos; buenos, malos. 
Como ya lo he mencionado antes busco lectores, frescos, jóvenes, nuevos, pero más que eso que se muestren interesados en discutir diversos temas, su opinión acerca del texto.. si les parece o no... que den propuestas sobre temáticas y autores.

 Hace ya algún tiempo me encontré con el primer cuento que les compartí, titulado "El canibalismo de los objetos" de Cecilia Eudave una escritora jalisciense de excelente calidad, desde que lo leí me quede maravillada en la forma de abordar y desarrollar el cuento, como el mundo mecanizado nos consume y literalmente nos hace menos humanos. Después mi segundo cuento "El viento distante" está lleno de sentimientos entre la imaginación, los sueños y los sentidos. Así es como les presento a José Emilio Pacheco, a mi parecer un autor que merece el respeto de su lectura.

 La tercera publicación que realice en mi blog fue un pequeño fragmento del libro "Diablo Guardián" de Xavier Velasco, capitulo titulado Vengan esos mil...El lenguaje y todos sus elementos, desde las putas hasta los chingados le dan vida al relato, sus personajes cobran vida a través de él porque aún en el texto se mantiene en un constante cambio y evolución. Las palabras altisonantes y la fluidez de la narradora lleva al lector a perderse en la lectura. El erotismo en el relato esta presente a cada situación. Por todo lo mencionado es que les compartí ese fragmento esperando y les guste por este y muchos motivos más es que Xavier Velasco es uno de los mejores autores con los que me he topado.

Por ultimo y no por eso menos importante les presento a un escritor jalisciense, Juan Rulfo, su hermoso cuento "Macario" de El Llano en Llamas nos habla de la vida, la muerte, el destino. Macario, en particular, es un cuento, a mi parecer,donde los elementos mágicos, mitológicos y eróticos se combinan en medio de la imaginación de "un niño" que se debate entre el bien y el mal a cada momento de su vida. Es una historia excelente producto sólo de un genio como Rulfo, complicado pero simple, o viceversa....

Deseo y los cuentos que les he compartido en este tiempo les cause las mismas gratas impresiones que a mí, Espero sus comentarios a favor o en contra de esta manera tan singular de ver y hacer literatura. 

sábado, 11 de mayo de 2013

Macario


JUAN RULFO

Estoy sentado junto a la alcantarilla aguardando a que salgan las ranas. Anoche, mientras estábamos cenando, comenzaron a armar el gran alboroto y no pararon de cantar hasta que amaneció. Mi madrina también dice eso: que la gritería de las ranas le espantó el sueño. Y ahora ella bien quisiera dormir. Por eso me mandó a que me sentara aquí, junto a la alcantarilla, y me pusiera con una tabla en la mano para que cuanta rana saliera a pegar de brincos afuera, la apalcuachara a tablazos.
Las ranas son verdes de todo a todo, menos en la panza. Los sapos son negros. También los ojos de mi madrina son negros. Las ranas son buenas para hacer de comer con ellas. Los sapos no se comen; pero yo me los he comido también, aunque no se coman, y saben igual que las ranas. Felipa es la que dice que es malo comer sapos. Felipa tiene los ojos verdes como los ojos de los gatos. Ella es la que me da de comer en la cocina cada vez que me toca comer. Ella no quiere que yo perjudique a las ranas. Pero, a todo esto, es mi madrina la que me manda a hacer las cosas.
Yo quiero más a Felipa que a mi madrina. Pero es mi madrina la que saca el dinero de su bolsa para que Felipa compre todo lo de la comedera. Felipa sólo se está en la cocina arreglando la comida de los tres. No hace otra cosa desde que yo la conozco. Lo de lavar los trastes a mí me toca. Lo de acarrear leña para prender el fogón también a mí me toca. Luego es mi madrina la que nos reparte la comida. Después de comer ella, hace con sus manos dos montoncitos, uno para Felipa y otro para mí. Pero a veces Felipa no tiene ganas de comer y entonces son para mí los dos montoncitos. Por eso quiero yo a Felipa, porque yo siempre tengo hambre y no me lleno nunca, ni aun comiéndome la comida de ella. Aunque digan que uno se llena comiendo, yo sé bien que no me lleno por más que coma todo lo que me den. Y Felipa también sabe eso.
Dicen en la calle que yo estoy loco porque jamás se me acaba el hambre. Mi madrina ha oído que eso dicen. Yo no lo he oído. Mi madrina no me deja salir solo a la calle. Cuando me saca a dar la vuelta es para llevarme a la iglesia a oír misa. Allí me acomoda cerquita de ella y me amarra las manos con las barbas de su rebozo. Yo no sé por qué me amarra mis manos; pero dice que porque dizque luego hago locuras. Un día inventaron que yo andaba ahorcando a alguien; que le apreté el pescuezo a una señora nada más por nomás. Yo no me acuerdo. Pero, a todo esto, es mi madrina la que dice lo que yo hago y ella nunca anda con mentiras. Cuando me llama a comer, es para darme mi parte de comida, y no como otra gente que me invitaba a comer con ellos y luego que me les acercaba me apedreaban hasta hacerme correr sin comida ni nada. No, mi madrina me trata bien. Por eso estoy contento en su casa. Además, aquí vive Felipa. Felipa es muy buena conmigo.Por eso la quiero.
La leche de Felipa es dulce como las flores del obelisco. Yo he bebido leche de chiva y también de puerca recién parida; pero no, no es igual de buena que la leche de Felipa.
Ahora ya hace mucho tiempo que no me da a chupar de los bultos esos que ella tiene donde tenemos solamente las costillas, y de donde le sale, sabiendo sacarla, una leche mejor que la que nos da mi madrina en el almuerzo de los domingos. 
Felipa antes iba todas las noches al cuarto donde yo duermo, y se arrimaba conmigo, acostándose encima de mí o echándose a un ladito. Luego se las ajuareaba para que yo pudiera chupar de aquella leche dulce y caliente que se dejaba venir en chorros por la lengua.
 Muchas veces he comido flores de obelisco para entretener el hambre. Y la leche de Felipa era de ese sabor, sólo que a mí me gustaba más, porque, al mismo tiempo que me pasaba los tragos, Felipa me hacia cosquillas por todas partes. Luego sucedía que casi siempre se quedaba dormida junto a mí, hasta la madrugada. Y eso me servía de mucho; porque yo no me apuraba del frío ni de ningún miedo a condenarme en el infierno si me moría yo solo allí, en alguna noche.
A veces no le tengo tanto miedo al infierno. Pero a veces sí. Luego me gusta darme mis buenos sustos con eso de que me voy a ir al infierno cualquier día de éstos, por tener la cabeza tan dura y por gustarme dar de cabezazos contra lo primero que encuentro. Pero viene Felipa y me espanta mis miedos. Me hace cosquillas con sus manos como ella sabe hacerlo y me ataja el miedo ese que tengo de morirme. Y por un ratito hasta se me olvida.
 Felipa dice, cuando tiene ganas de estar conmigo, que ella le cuenta al Señor todos mis pecados. Que irá al cielo muy pronto y platicará con Él pidiéndole que me perdone toda la mucha maldad que me llena el cuerpo de arriba abajo. Ella le dirá que me perdone, para que yo no me preocupe más. Por eso se confiesa todos los días. No porque ella sea mala, sino porque yo estoy repleto por dentro de demonios, y tiene que sacarme esos chamucos del cuerpo confesándose por mí. Todos los días. Todas las tardes de todos los días. Por toda la vida ella me hará ese favor. Eso dice Felipa. Por eso yo la quiero tanto.
 Sin embargo, lo de tener la cabeza así de dura es la gran cosa. Uno da de topes contra los pilares del corredor horas enteras y la cabeza no se hace nada, aguanta sin quebrarse. Y uno da de topes contra el suelo; primero despacito, después más recio y aquello suena como un tambor. Igual que el tambor que anda con la chirimía, cuando viene la chirimía a la función del Señor. Y entonces uno está en la iglesia, amarrado a la madrina, oyendo afuera el tum tum del tambor.
 Y mi madrina dice que si en mi cuarto hay chinches y cucarachas y alacranes es porque me voy a ir a arder en el infierno si sigo con mis mañas de pegarle al suelo con mi cabeza. Pero lo que yo quiero es oír el tambor. Eso es lo que ella debería saber. Oírlo, como cuando uno está en la iglesia, esperando salir pronto a la calle para ver cómo es que aquel tambor se oye de tan lejos, hasta lo hondo de la iglesia y por encima de las condenaciones del señor cura. "El camino de las cosas buenas está lleno de luz. El camino de las cosas malas es oscuro" Eso dice el señor cura.
Yo me levanto y salgo de mi cuarto cuando todavía está a oscuras. Barro la calle y me meto otra vez en mi cuarto antes que me agarre la luz del día. En la calle suceden cosas. Sobra quién lo descalabre a pedradas apenas lo ven a uno. Llueven piedras grandes y filosas por todas partes. Y luego hay que remendar la camisa y esperar muchos días a que se remienden las rajaduras de la cara o de las rodillas. Y aguantar otra vez que le amarren a uno las manos, porque si no ellas corren a arrancar la costra del remiendo y vuelve a salir el chorro de sangre. Ora que la sangre también tiene buen sabor aunque, eso sí, no se parece al sabor de la leche de Felipa.
Yo por eso, para que no me apedreen, me vivo siempre metido en mi casa. En seguida que me dan de comer me encierro en mi cuarto y atranco bien la puerta para que no den conmigo los pecados mirando que aquello está a oscuras. Y ni siquiera prendo el ocote para ver por dónde se me andan subiendo las cucarachas. Ahora me estoy quietecito. Me acuesto sobre mis costales, y en cuanto siento alguna cucaracha caminar con sus patas rasposas por mi pescuezo le doy un manotazo y la aplasto. Pero no prendo el ocote. No vaya a suceder que me encuentren desprevenido los pecados por andar con el ocote prendido buscando todas las cucarachas que se meten por debajo de mi cobija.
 Las cucarachas truenan como saltapericos cuando uno las destripa. Los grillos no sé si truenen. A los grillos nunca los mato. Felipa dice que los grillos hacen ruido siempre, sin pararse ni a respirar, para que no se oigan los gritos de las ánimas que están penando en el purgatorio. El día en que se acaben los grillos, el mundo se llenará de los gritos de las ánimas santas y todos echaremos a correr espantados por el susto. Además, a mí me gusta mucho estarme con la oreja parada oyendo el ruido de los grillos. En mi cuarto hay muchos. Tal vez haya más grillos que cucarachas aquí entre las arrugas de los costales donde yo me acuesto. También hay alacranes. Cada rato se dejan caer del techo y uno tiene que esperar sin resollar a que ellos hagan su recorrido por encima de uno hasta llegar al suelo. Porque si algún brazo se mueve o empiezan a temblarle a uno los huesos, se siente en seguida el ardor del piquete. Eso duele. A Felipa le picó una vez uno en una nalga. Se puso a llorar y a gritarle con gritos queditos a la Virgen Santísima para que no se le echara a perder su nalga. Yo le unté saliva. Toda la noche me la pasé untándole saliva y rezando con ella, y hubo un rato, cuando vi que no se aliviaba con mi remedio, en que yo también le ayudé a llorar con mis ojos todo lo que pude.
De cualquier modo, yo estoy más a gusto en mi cuarto que si anduviera en la calle, llamando la atención de los amantes de aporrear gente. Aquí nadie me hace nada. Mi madrina no me regaña porque me vea comiéndome las flores de su obelisco, o sus arrayanes, o sus granadas. Ella sabe lo entrado en ganas de comer que estoy siempre. Ella sabe que no se me acaba el hambre. Que no me ajusta ninguna comida para llenar mis tripas aunque ande a cada rato pellizcando aquí y allá cosas de comer. Ella sabe que me como el garbanzo remojado que le doy a los puercos gordos y el maíz seco que le doy a los puercos flacos. Así que ella ya sabe con cuánta hambre ando desde que me amanece hasta que me anochece. Y mientras encuentre de comer aquí en esta casa, aquí me estaré. Porque yo creo que el día en que deje de comer me voy a morir, y entonces me iré con toda seguridad derechito al infierno. Y de allí ya no me sacará nadie, ni Felipa, aunque sea tan buena conmigo, ni el escapulario que me regaló mi madrina y que traigo enredado en el pescuezo.
 Ahora estoy junto a la alcantarilla esperando a que salgan las ranas. Y no ha salido ninguna en todo este rato que llevo platicando. Si tardan más en salir, puede suceder que me duerma, y luego ya no habrá modo de matarlas, y a mi madrina no le llegará por ningún lado el sueño si las oye cantar, y se llenará de coraje. Y entonces le pedirá, a alguno de toda la hilera de santos que tiene en su cuarto, que mande a los diablos por mí, para que me lleven a rastras a la condenación eterna, derechito, sin pasar ni siquiera por el purgatorio, y yo no podré ver entonces ni a mi papá ni a mi mamá que es allí donde están.
Mejor seguiré platicando.De lo que más ganas tengo es de volver a probar algunos tragos de la leche de Felipa, aquella leche buena y dulce como la miel que le sale por debajo a las flores del obelisco.

En mi opinión...

Hablar de Juan Rulfo siempre será complicado, hay quienes han pasado su vida entera tratando de entender todo el trasfondo de su obra y no han logrado desenredar una fracción de todo lo que contiene. Habla de la vida,la muerte,el tiempo,la distancia, el destino, lo sensorial y lo extrasensorial; de tantísimas  cosas que no es suficiente, hasta el momento, todo estudio realizado. Macario, en particular, es un cuento, a mi parecer, donde los elementos mágicos, mitológicos, sexuales y eróticos se combinan en medio del la imaginación de un "niño" que se debate entre el bien y el mal a cada momento de su vida. Cada acción y  personaje son la perfecta excusa para poner en peligro el alma de Macario. Comenzando por la distinción entre ranas y sapos, donde al final terminan siendo lo mismo, a través de sus sentidos. Después la comparación entre Felipa y su madrina,donde el bien y el mal terminan formando parte de las dos. 
Macario,un cuento de El Llano en Llamas, es una historia excelente producto sólo de un genio como Rulfo, complicado pero simple, o viceversa, es en este conflicto donde  nace toda la magia y la fascinación de las lecturas del escritor jalisciense.

martes, 7 de mayo de 2013

Vengan esos mil...

(Diablo Guardián, Fragmento)
Xavier Velasco

Ser puta es como bailar: cuestión de agarrar el ritmo. Las monjas de la escuela nos decían: Los malos pensamientos galopan cabalgados por demonios. Pero ser puta no es un mal pensamiento. Es más: no es ni siquiera un pensamiento. En la academia de hawaiano la maestra me pedía que pensara con la pelvis, y mejor ni te digo lo que se le ocurría. Aunque  hay lugares donde casi te juraría que nunca he tenido una idea. No sé, los nudillos. Los hombros, que ya de por si son bastante idiotas. ¿En qué piensas, idiota? Pendejo. Muy escritor y muy creativo, pero a la hora de la hora también piensas con el pito. ¿Tú crees que si mi vagina no fuera una estúpida, incapaz de pensar nada, podría soportar las babas de quien sea?
Esto es ser una puta. ¿Ya me entiendes? Pude aventarte ofensas más directas, pero quise embarrarte en la carota las babas de quien fuera, porque eso es lo que más puede joderte. Ya sé que es muy injusto. Ser junkie de tus celos, alimentarme de ellos hasta cuando no estoy, eso sí que es ser puta, ¿ajá? ¿Quién te dice que yo no hago todo esto por órdenes estrictas de Miss Pelvis? Mira, yo creo que el arte de la puta, o las artes, o lo que tú quieras, está un poco en la cama y un mucho en otra parte. ¿Cómo ves en el centro del pastel?
Mis tíos, cuando hablaban de putas, decían: Las tramposas. Entonces yo de niña siempre que hacia trampas pensaba: ¡Dios mío, qué puta soy!, y me iba a confesar. Claro que al padre no le decía: Me acuso de ser puta, porque además Puta era una grosería. Pero sí me acusaba de ser tramposa. Y lloraba muchísimo, porque me imaginaba al sacerdote pensando: Tan chiquita y tan putita.
No te imaginas todo lo que cambié por eso. Luego de confesarme cada mes por años, ya supondrás que un día no lloré, y al final tanto el padre como yo nos acostumbramos a los mismos pecados y a la misma penitencia. Tres Padres Nuestros y una buena obra. Según yo, a los doce años era una puta perdonada. Entonces a los trece pensé: Guau. Todos los niños de mi calle hablaban de las putas, y los más grandes hasta ahorraban para irse de putas. Me sentaba solita a la orilla del jardín y los oía hablar, siempre de cochinadas, y más de putas. Y otra vez guau, porque con las pinturas de mi mamá –de algo tenía que servir, la vaca– me transformaba en una puta de verdad. Y luego me escapaba, así pintada, a algún lugar bien lejos, donde no me podía encontrar a nadie. Pensaba: En cuanto vea putas me paro junto a ellas y luego a ver qué pasa. Qué me iba a imaginar entonces que ser puta no era pintarse, ni pararse, ni acostarse. Ser puta es calentarte con cada «a ver qué pasa».
O quién sabe, no sé. Una había de la vida que le toca. Y a mí me tocó ser La Chica del Pastel. Era lo que mejor pagaban, y creo que hasta me llegó a gustar. No te voy a decir que lo habría hecho de gratis, aunque casi. Porque cuando tenían para el numerito del pastel, de seguro también les alcanzaba para champañita y buena casa y buenos coches y grandes invitados y en fin, valía la pena. Había noches que me hacía la gringa. Ahora pienso que igual era patético, porque debió haber varios que no se la tragaron. I dont care, cutsíe. Oh, my goodness! ¿Tú dirías que tengo buen inglés?
Las monjas no sabían ni decir yes. Claro, por eso eran monjas. Pero ¿tú crees que mis papás iban a permitir que yo no hablara inglés? Ahora no me perdonan que sea como soy, pero entonces hacían esfuerzos pendejísimos para que nuestros aborígenes vecinos se tragaran el cuento de que éramos gringuitos. Tú dirás que no me perdonan haber sido una chica de pastel, pero deja y te digo lo que nomás no pueden perdonarme. Nunca me viste rubia, ¿ajá? Pues ahí donde me ves, o no me ves, yo fui rubia desde muy chiquita. Todos los domingos, antes del desayuno, tanto mis papás como nosotros teníamos que pasar lista en el lavabo. ¿Creerás que hasta cuando teníamos catarro y calentura nos teñían el pelo con agua fría? Mi papá decía que con el agua tibia se jodía el cuero cabelludo, pero yo y mis hermanos ya sabíamos que lo que no quería era gastar en calentarla. Los viernes en la tarde, cuando mis papás se iban a cenar con mis abuelos, mis hermanos jugaban a La hora del tinte, y yo me dedicaba a mojarles y secarles el pelo, siempre con el agua bien caliente. Y mi papá ni en cuenta, creyendo que en su casa se ahorraba minuciosamente. Así decía él: Hay que ser minuciosos en el ahorro. Un día me peleé con mis hermanos y los acusé. Pero como yo era la que abría la llave del agua caliente, ya sabrás que acabé pagando el pato entero. Y mal, ¿me entiendes?, porque al mes siguiente hicieron las cuentas del gas y de la luz y según esto vieron que por mi culpa estaban pagando más del doble. ¿Sabes entonces qué hizo mi papá? Primero, tras joder las llaves del agua caliente en mi baño; luego, sacarme de la escuela de monjas y meterme a la secundaria con secretariado. Si no cuándo le iba a pagar por todo.
Tú, que eres de mi equipo, sabes que lo tramposo no se quita nunca. Comencé por pensar: Soy una idiota, Tenía trece años y no se me había ocurrido una buena fórmula para esquilmar a mi familia con provecho. Porque ya lo del tinte no me divertía. Además, de pendeja iba a confiar otra vez en mis hermanos. Y el chiste era sacar un beneficio. Algo que equivaliera por lo menos al doble del dinero que mi papá me estaba cobrando.
De entrada, la colegiatura de la escuela secretarial tenía que pagarla a sirvientazo limpio. Me hacían lavar platos, tender camas, trapear cocina y patio, sacudir toda la casa y hasta lavar el coche de mi papá. Según ellos, ya les debía muchas antes de lo del agua, así que para cuando me recibiera de secretaria ya íbamos a quedar a mano. O sea que querían criada por cuatro años. Casi podría decirte que me empecé a pintar y a vestir como puta para sentir que era algo diferente a una criada. Y digo, tenía edad suficiente para comprender que putear era algo más que ser tramposa. Pero nomás un poco, porque como te digo: de lo que se trataba era de hacerles una súper putada a mis papás. El jardinero era viejo, pero el hijo no tenía ni doce años. Cuando acababan de cortar el pasto, mí mamá les pagaba mil pesos, y un día yo pensé: Quiero ese milagrín, o sea ese billete, y ningún otro. Como un trofeo, ¿ajá? Lo más fácil habría sido robárselo directamente a mi mamá, pero después del chiste del agua caliente igual de fácil era echarme a mí la bronca por todo lo torcido que pasara en la casa. Mí mamá ni me hablaba. Bueno, decía: Barre aquí o Trapea allá o No está bien limpia esa estufa, pero no me llamaba por mi nombre. No me decía Rosalba, mucho menos Violetta.
 Nunca me dijo cómo se llamaba, ni yo le pregunté. Siempre fue nada más el hijo del jardinero. Ni siquiera me daba los buenos días, pero bien que se encaramaba en el árbol para espiarme. Y yo me hacia la loca, como que me iba desvistiendo frente a la ventana. No me quitaba nada, pero me levantaba la falda de la escuela casi hasta la cintura. Después me daba por meterme a bañar. Él no podía verme, of course, pero esperaba a que saliera envuelta en una toalla, empapada, cagada de frío. Yo creo que no me imaginaba bañándome con agua helada. Tampoco mi papá podía imaginarse que yo de pronto le encontrara el gusto al chingado tormento.
Caminaba desnuda por el baño, me metía corriendo debajo del chorro y me ponía a saltar. A veces sólo me mojaba la cabeza, pero igual me temblaban las rodillas. Pensaba: Estoy desnuda y totalmente indefensa, pensaba cantidad de cosas de lo más calentonas, y sentía unas cosquillas en los huesos que de seguro los hacían temblar, porque ya frío–frío no tenía. O sea que al final el agua helada servía para calentarme. Aunque tampoco era así. Igual el agua caliente sí habría tenido sus encantos, carajo. Pero de cualquier forma lo importante era poder estar ahí, desnuda, muriéndome de ganas de que me viera, y al mismo tiempo planeando una estrategia para que un día se me cayera de repente la toalla, y ensayando la sorpresa y la pena y la calentura enfrente del espejo. Hasta que ya pensé: Si así estoy yo ¿cómo estará él? (…)


En mi opinión...

Por muchísimos motivos, Xavier Velasco, es uno de los mejores autores con los que me he topado su frescura, su dinamismo, la agilidad de la lectura, la amenidad y la actualidad de sus temas hacen que cualquier lector se sienta envuelto e identificado con su historia y personajes.
El lenguaje y todos sus elementes, desde las putas hasta los chingados le dan vida al relato, sus personajes cobran vida a través de él porque aún en el texto se mantiene en un constante cambio y evolución. El inglés hispanizado, las palabras altisonantes, la fluidez de una narradora putamente autosuficiente lleva al lector a perderse en la lectura como un torbellino que lo revuelca hasta volverlo parte de la historia. El erotismo  en el relato está presente a cada situación, entre putas, babas, pitos, etcétera. Ya Sabines había hablado de las putas hasta hacerlas célebres y redentoras, y esta puta y redenta es la redención de todos quiénes la leemos.
Finalmente, muy al estilo de José Emilio Pacheco expone a la sociedad mexicana y sus submundos sociales en medio de toda la tranza, de los fraudes, de sus crisis económicas, desde este chingado carajo que nos va jodiendo a todos.
Por todo esto, es que les comparto este fragmento de Diablo Guardián, este pedazo de Violeta o de Rosa del Alba, como quieran llamarla esperando les cause las mismas gratas impresiones que a mí. Espero sus comentarios a favor o en contra de esta manera tan singular de ver y hacer literatura.



sábado, 4 de mayo de 2013

El viento distante

      José Emilio Pacheco

En un extremo de la barraca el hombre fuma, mira su rostro en el espejo, el humo al fondo del cristal. La luz se apaga, y él ya no siente el humo y en la tiniebla nada se refleja.
El hombre está cubierto de sudor. La noche es densa y árida. El aire se ha detenido en la barraca. Sólo hay silencio en la feria ambulante.
Camina hasta el acuario, enciende un fósforo, lo deja arder y mira lo que yace bajo el agua. Entonces piensa en otros días, en otra noche que se llevó un viento distante, en otro tiempo que los separa y los divide como esa noche los apartan el agua y el dolor, la lenta oscuridad.
Para matar las horas, para olvidarnos de nosotros mismos, Adriana y yo vagábamos por las desiertas calles de la aldea. En una plaza hallamos una feria ambulante y Adriana se obstinó en que subiéramos a algunos aparatos. Al bajar de la rueda de la fortuna, el látigo, las sillas voladoras, aún tuve puntería para abatir con diecisiete perdigones once oscilantes figuritas de plomo. Luego enlacé objetos de barro, resistí toques eléctricos y obtuve de un canario amaestrado un papel rojo que develaba el porvenir.
Adriana era feliz regresando a una estéril infancia. Hastiados del amor, de las palabras, de todo lo que dejan las palabras, encontramos aquella tarde de domingo un sitio primitivo que concedía el olvido y la inocencia. Me negué a entrar en la casa de los espejos, y Adriana vio a orillas de la feria una barraca sola, miserable.
Al acercarnos el hombre que estaba en la puerta recitó una incoherente letanía: Pasen, señores, vean a Madreselva, la infeliz niña que un castigo del cielo convirtió en tortuga por desobedecer a sus mayores y no asistir a misa los domingos. Vean a Madreselva, escuchen en su boca la narración de su tragedia.
Entramos en la carpa. En un acuario iluminado estaba Madreselva con su cuerpo de tortuga y su rostro de niña. Sentimos vergüenza de estar allí disfrutando el ridículo del hombre y de la niña, que muy probablemente era su hija.
Cuando acabó el relato, la tortuga nos miró a través del acuario con el gesto rendido de la bestia que se desangra bajo los pies del cazador.
_Es horrible, es infame –dijo Adriana mientras nos alejábamos.
_No es horrible ni infame: el hombre es un ventrílocuo. La niña se coloca de rodillas en la parte posterior del acuario, la ilusión óptica te hace creer que en realidad tiene cuerpo de tortuga. Tan simple como todos los trucos. Si no me crees te invito a conocer el verdadero juego.
Regresamos. Busqué una hendidura entre las tablas. Un minuto después Adriana me pidió que la apartara –y nunca hemos hablado del domingo en la feria:
El hombre toma en brazos a la tortuga para extraerla del acuario. Ya en el suelo, la tortuga se despoja de la falsa cabeza. Su verdadera boca dice oscuras palabras que no se escuchan fuera del agua. El hombre se arrodilla, la besa y la atrae a su pecho. Llora sobre el caparazón húmedo, tierno. Nadie comprendería que está solo, nadie entendería que la quiere. Vuelve a depositarla sobre el limo, oculta los sollozos y vende otros boletos. Se ilumina el acuario. Ascienden las burbujas. La tortuga comienza su relato.


En mi opinión...

Hablar de José Emilio Pacheco es hablar de poesía, todo el relato está lleno de poesía, de sentimiento; cada acción y descripción nos lleva al ritmo y la secuencia de la poesía. Siempre fresco, Innovador, tratando de confundir la realidad entre la imaginación, el sueño y los sentidos.  Así reinventa las historias que ya se ha encontrado y entregarles un nuevo significado, más humano y fantástico, mucho más reales de lo que pueden llegar a ser. Les presento a Pacheco a través de este texto, a mi parecer de los mejores que conozco, tanto por el fondo como por la forma, un texto y un autor que merecen el respeto de su lectura y relectura.