Xavier Velasco
Ser puta es como
bailar: cuestión de agarrar el ritmo. Las monjas de la escuela nos decían: Los
malos pensamientos galopan cabalgados por demonios. Pero ser puta no es un mal pensamiento.
Es más: no es ni siquiera un pensamiento. En la academia de hawaiano la maestra
me pedía que pensara con la pelvis, y mejor ni te digo lo que se le ocurría.
Aunque hay lugares donde casi te juraría
que nunca he tenido una idea. No sé, los nudillos. Los hombros, que ya de por
si son bastante idiotas. ¿En qué piensas, idiota? Pendejo. Muy escritor y muy
creativo, pero a la hora de la hora también piensas con el pito. ¿Tú crees que
si mi vagina no fuera una estúpida, incapaz de pensar nada, podría soportar las
babas de quien sea?
Esto es ser una
puta. ¿Ya me entiendes? Pude aventarte ofensas más directas, pero quise embarrarte
en la carota las babas de quien fuera, porque eso es lo que más puede joderte.
Ya sé que es muy injusto. Ser junkie de tus celos, alimentarme de ellos hasta
cuando no estoy, eso sí que es ser puta, ¿ajá? ¿Quién te dice que yo no hago
todo esto por órdenes estrictas de Miss Pelvis? Mira, yo creo que el arte de la
puta, o las artes, o lo que tú quieras, está un poco en la cama y un mucho en
otra parte. ¿Cómo ves en el centro del pastel?
Mis tíos, cuando
hablaban de putas, decían: Las tramposas. Entonces yo de niña siempre que hacia
trampas pensaba: ¡Dios mío, qué puta soy!, y me iba a confesar. Claro que al
padre no le decía: Me acuso de ser puta, porque además Puta era una grosería.
Pero sí me acusaba de ser tramposa. Y lloraba muchísimo, porque me imaginaba al
sacerdote pensando: Tan chiquita y tan putita.
No te imaginas
todo lo que cambié por eso. Luego de confesarme cada mes por años, ya supondrás
que un día no lloré, y al final tanto el padre como yo nos acostumbramos a los mismos
pecados y a la misma penitencia. Tres Padres Nuestros y una buena obra. Según
yo, a los doce años era una puta perdonada. Entonces a los trece pensé: Guau.
Todos los niños de mi calle hablaban de las putas, y los más grandes hasta ahorraban
para irse de putas. Me sentaba solita a la orilla del jardín y los oía hablar,
siempre de cochinadas, y más de putas. Y otra vez guau, porque con las pinturas
de mi mamá –de algo tenía que servir, la vaca– me transformaba en una puta de
verdad. Y luego me escapaba, así pintada, a algún lugar bien lejos, donde no me
podía encontrar a nadie. Pensaba: En cuanto vea putas me paro junto a ellas y
luego a ver qué pasa. Qué me iba a imaginar entonces que ser puta no era
pintarse, ni pararse, ni acostarse. Ser puta es calentarte con cada «a ver qué
pasa».
O quién sabe, no
sé. Una había de la vida que le toca. Y a mí me tocó ser La Chica del Pastel. Era
lo que mejor pagaban, y creo que hasta me llegó a gustar. No te voy a decir que
lo habría hecho de gratis, aunque casi. Porque cuando tenían para el numerito
del pastel, de seguro también les alcanzaba para champañita y buena casa y
buenos coches y grandes invitados y en fin, valía la pena. Había noches que me
hacía la gringa. Ahora pienso que igual era patético, porque debió haber varios
que no se la tragaron. I dont
care, cutsíe. Oh, my goodness! ¿Tú dirías que tengo buen inglés?
Las monjas no
sabían ni decir yes. Claro, por eso eran monjas. Pero ¿tú crees que mis papás iban
a permitir que yo no hablara inglés? Ahora no me perdonan que sea como soy,
pero entonces hacían esfuerzos pendejísimos para que nuestros aborígenes
vecinos se tragaran el cuento de que éramos gringuitos. Tú dirás que no me
perdonan haber sido una chica de pastel, pero deja y te digo lo que nomás no
pueden perdonarme. Nunca me viste rubia, ¿ajá? Pues ahí donde me ves, o no me
ves, yo fui rubia desde muy chiquita. Todos los domingos, antes del desayuno,
tanto mis papás como nosotros teníamos que pasar lista en el lavabo. ¿Creerás
que hasta cuando teníamos catarro y calentura nos teñían el pelo con agua fría?
Mi papá decía que con el agua tibia se jodía el cuero cabelludo, pero yo y mis
hermanos ya sabíamos que lo que no quería era gastar en calentarla. Los viernes
en la tarde, cuando mis papás se iban a cenar con mis abuelos, mis hermanos
jugaban a La hora del tinte, y yo me dedicaba a mojarles y secarles el pelo,
siempre con el agua bien caliente. Y mi papá ni en cuenta, creyendo que en su
casa se ahorraba minuciosamente. Así decía él: Hay que ser minuciosos en el
ahorro. Un día me peleé con mis hermanos y los acusé. Pero como yo era la que
abría la llave del agua caliente, ya sabrás que acabé pagando el pato entero. Y
mal, ¿me entiendes?, porque al mes siguiente hicieron las cuentas del gas y de
la luz y según esto vieron que por mi culpa estaban pagando más del doble.
¿Sabes entonces qué hizo mi papá? Primero, tras joder las llaves del agua
caliente en mi baño; luego, sacarme de la escuela de monjas y meterme a la
secundaria con secretariado. Si no cuándo le iba a pagar por todo.
Tú, que eres de
mi equipo, sabes que lo tramposo no se quita nunca. Comencé por pensar: Soy una
idiota, Tenía trece años y no se me había ocurrido una buena fórmula para
esquilmar a mi familia con provecho. Porque ya lo del tinte no me divertía. Además,
de pendeja iba a confiar otra vez en mis hermanos. Y el chiste era sacar un
beneficio. Algo que equivaliera por lo menos al doble del dinero que mi papá me
estaba cobrando.
De entrada, la
colegiatura de la escuela secretarial tenía que pagarla a sirvientazo limpio.
Me hacían lavar platos, tender camas, trapear cocina y patio, sacudir toda la
casa y hasta lavar el coche de mi papá. Según ellos, ya les debía muchas antes
de lo del agua, así que para cuando me recibiera de secretaria ya íbamos a
quedar a mano. O sea que querían criada por cuatro años. Casi podría decirte
que me empecé a pintar y a vestir como puta para sentir que era algo diferente
a una criada. Y digo, tenía edad suficiente para comprender que putear era algo
más que ser tramposa. Pero nomás un poco, porque como te digo: de lo que se
trataba era de hacerles una súper putada a mis papás. El jardinero era viejo,
pero el hijo no tenía ni doce años. Cuando acababan de cortar el pasto, mí mamá
les pagaba mil pesos, y un día yo pensé: Quiero ese milagrín, o sea ese
billete, y ningún otro. Como un trofeo, ¿ajá? Lo más fácil habría sido
robárselo directamente a mi mamá, pero después del chiste del agua caliente
igual de fácil era echarme a mí la bronca por todo lo torcido que pasara en la
casa. Mí mamá ni me hablaba. Bueno, decía: Barre aquí o Trapea allá o No está
bien limpia esa estufa, pero no me llamaba por mi nombre. No me decía Rosalba,
mucho menos Violetta.
Nunca me dijo cómo se llamaba, ni yo le
pregunté. Siempre fue nada más el hijo del jardinero. Ni siquiera me daba los
buenos días, pero bien que se encaramaba en el árbol para espiarme. Y yo me
hacia la loca, como que me iba desvistiendo frente a la ventana. No me quitaba
nada, pero me levantaba la falda de la escuela casi hasta la cintura. Después
me daba por meterme a bañar. Él no podía verme, of course, pero esperaba a que
saliera envuelta en una toalla, empapada, cagada de frío. Yo creo que no me
imaginaba bañándome con agua helada. Tampoco mi papá podía imaginarse que yo de
pronto le encontrara el gusto al chingado tormento.
Caminaba desnuda
por el baño, me metía corriendo debajo del chorro y me ponía a saltar. A veces
sólo me mojaba la cabeza, pero igual me temblaban las rodillas. Pensaba: Estoy desnuda
y totalmente indefensa, pensaba cantidad de cosas de lo más calentonas, y
sentía unas cosquillas en los huesos que de seguro los hacían temblar, porque
ya frío–frío no tenía. O sea que al final el agua helada servía para
calentarme. Aunque tampoco era así. Igual el agua caliente sí habría tenido sus
encantos, carajo. Pero de cualquier forma lo importante era poder estar ahí,
desnuda, muriéndome de ganas de que me viera, y al mismo tiempo planeando una estrategia
para que un día se me cayera de repente la toalla, y ensayando la sorpresa y la
pena y la calentura enfrente del espejo. Hasta que ya pensé: Si así estoy yo
¿cómo estará él? (…)
En mi opinión...
Por muchísimos motivos, Xavier
Velasco, es uno de los mejores autores con los que me he topado su frescura, su
dinamismo, la agilidad de la lectura, la amenidad y la actualidad de sus temas
hacen que cualquier lector se sienta envuelto e identificado con su historia y
personajes.
El lenguaje y todos sus
elementes, desde las putas hasta los chingados le dan vida al relato, sus
personajes cobran vida a través de él porque aún en el texto se mantiene en un
constante cambio y evolución. El inglés hispanizado, las palabras altisonantes,
la fluidez de una narradora putamente autosuficiente lleva al lector a perderse
en la lectura como un torbellino que lo revuelca hasta volverlo parte de la
historia. El erotismo en el relato está
presente a cada situación, entre putas, babas, pitos, etcétera. Ya Sabines había
hablado de las putas hasta hacerlas célebres y redentoras, y esta puta y
redenta es la redención de todos quiénes la leemos.
Finalmente, muy al estilo de José
Emilio Pacheco expone a la sociedad mexicana y sus submundos sociales en medio
de toda la tranza, de los fraudes, de sus crisis económicas, desde este
chingado carajo que nos va jodiendo a todos.
Por todo esto, es que les
comparto este fragmento de Diablo Guardián, este pedazo de Violeta o de Rosa
del Alba, como quieran llamarla esperando les cause las mismas gratas
impresiones que a mí. Espero sus comentarios a favor o en contra de esta manera
tan singular de ver y hacer literatura.
Me agrada leer algo diferente y liberal, sin un lenguaje tan rebuscado, simplemente abierto a mentes conocedoras que no se espantan al leer palabras de ese tipo, porque hasta las personas mas conservadoras saben y dicen ese tipo de palabras.
ResponderEliminarMuy buena lectura.